
¡Ay la tele! ¡Ay – la – tele!
¡Cuántas veces hemos puesto a este maravilloso invento a los pies de los caballos, y cuánto nos ha salvado en estos meses! ¿verdad, queridos detractores de la “caja tonta”?
Se decretó el confinamiento del país por culpa del dichoso coronavirus y muchos balcones, en vez de estar engalanados para aplaudir a los sanitarios, estaban listos para asistir a esa modalidad tan característica de los apartamentos de Benidorm: el balconing de más de uno y una.
Claro, el “a ver qué hago yo ahora” fue el pensamiento y la pregunta más repetida de toda esta cuarentena que terminó siendo setentena.
Pues queridos amigos y amigas, lo que hemos hecho ha sido ver la tele. Mucha tele. Tele por doquier. En cantidades industriales. Tele pa’ aburrir. Hemos visto tanta tele que nosotros, los telespectadores, nos hemos adelantado a las últimas horas del incombustible Ferreras.
Quien diga que ha aprovechado estos meses para ordenar armarios, para descubrir su vena culinaria, o para construir una cómoda preciosa con detallitos barrocos, entre otros quehaceres domésticos … Ya le digo yo que el polígrafo determina que miente usted más que habla.
Hemos consumido tanta tanta tele que las cadenas, públicas y privadas, han alcanzado datos estratosféricos de audiencia. Cifras que jamás habían registrado hasta estos meses. Números que, probablemente, nunca más vayan a ver en los audímetros. A no ser, claro está, que el formato en cuestión sea el buque insignia de la cadena.
“Hemos visto tanta tele que nosotros, los telespectadores, nos hemos adelantado a las últimas horas del incombustible Ferreras”
No solo la televisión ha visto cómo se convertía en el mejor aliado del confinamiento, las plataformas digitales, Netflix, Amazon Prime Video, HBO y derivados, han visto como sus beneficios subían tan rápido como la espuma de una botella de Moët. De hecho, hablamos de un aumento en el consumo de estos soportes digitales de películas y series del 115% solo en el mes de marzo. Lo que viene siendo una barbaridad.
Lo mismo ocurre con otras aplicaciones, en esta ocasión de música en streaming como Spotify. En esta plataforma, a los usuarios les ha dado por recordar grandes clásicos y artistas como Frank Sinatra, Mecano, Bon Jovi, Queen o Abba, han visto – excepto Sinatra – como las escuchas de sus éxitos se multiplicaban como los panes y los peces. Sobre todo, esta última, y gran parte de culpa tengo yo que he acompañado todos mis lamentos de setentena alentado por el “Chiquitita, dime por qué ”.
Pero vamos a lo importante. Vaya conversión ha tenido que dar la televisión a este nuevo y obligado tiempo marcado por la crisis del COVID-19.
Renovarse o morir, que dijo Miguel de Unamuno.
Todo ha cambiado en la tele. Pero han sido necesarios estos dos meses para poder analizar, con un poco de distancia, cómo es la televisión del confinamiento y cómo será, durante un tiempo, la de la nueva normalidad.
Los platós han pasado de ser esos circos romanos jaleados por un público entregado a la causa, a un lugar marcado por el silencio y el vacío, que es rellenado por los comentarios de los tertulianos, las entradillas de los presentadores, y los vídeos ilustrativos de las historias que había que contar.
La distancia de seguridad también se ha instaurado en la pequeña pantalla. Si antes los programas contaban con una amplia cartera de colaboradores, ahora, se han visto obligados a prescindir de muchos de ellos para cumplir con la normativa impuesta. Esto, además, es extensible a todo lo que no se ve en casa.
Los controles de realización cuentan con una o dos personas a lo sumo que nos regalan, gracias a la magia del directo, magníficos gazapos que quedarán para siempre en la historia de la televisión. Pasa lo mismo con los cámaras y regidores, que también están bajo mínimos, y esto implica que los espectadores podamos ver cómo, entre compañeros, se dan unos tiempos necesarios para conseguir el plano perfecto sin deslucir el trabajo de esas dos o cuatro manos que, por una cuestión de logística, no pueden dar más de lo que dan. Que ya es bastante.
¿Y qué me dicen de esos directos hechos por Skype? Hasta los directos han mutado en una performance hogareña en la que van ideales de arriba, y empijamados de abajo. El contraste de la tele.
Además, ya saben que los directos desde casa nos están dando grandiosos momentos: que si se cuelan los hijos del periodista, que si el móvil se mueve un poquito más de lo debido y la conexión se convierte en la ventana indiscreta, que si una madre preguntando al comunicador si para comer prefiere carne o pescado… Una maravilla.
Y por supuesto, lo que ha cambiado es la información.
Muchos programas (por no decir casi todos) han tenido que adaptar sus escaletas al mandato inquebrantable de la actualidad. Pero también hay formatos que han sabido reinventarse para entretener e informar al mismo tiempo.
Ejemplo de ello ha sido Informativos Telecinco, que lleva todo el confinamiento con Pedro Piqueras comunicando y entrevistando a las personalidades más variopintas de la escena española. Actores, historiadores, cantantes, periodistas, escritores… Todos han pasado por unos informativos que han ido cambiando según las necesidades del guion.
O Sálvame, que sin perder su esencia de entretenimiento, dedicó casi dos horas diarias de las cinco que ocupa, en informar sobre la crisis del coronavirus.
“Estar tanto tiempo en casa nos ha permitido conocer la cara más desconocida de la televisión. Sin máscaras, sin filtros, sin red”
Lo mismo ha ocurrido en TVE. Hasta que se anunciaron los ERTE, la cadena pública supo combinar información con un espacio magnífico capitaneado por el escritor y periodista Máximo Huerta llamado A partir de hoy. Un espacio fundamental por el sosiego, la evasión y el buen rollo que emanaba el formato en un tiempo tan convulso como el actual. Lo han quitado para “seguir informando”, o mejor dicho, sobre informando. Una pena.
LaSexta también ha preferido mantener su tono informativo para darle un segundo plano al entretenimiento, pero sin dejarlo de lado. Tanto Zapeando como El Intermedio pararon sus emisiones y la cadena optó por otros formatos como Más Vale Tarde para no perder detalle de lo que ocurría en las desérticas calles del país.
En líneas generales, el confinamiento ha estado cargado de una sobreexposición a la información que, en ocasiones, rozó la obsesión. Entiendo que lo importante es lo importante y que la actualidad manda, pero ¿era necesario tanto?
Pese a esto, estar tanto tiempo en casa nos ha permitido conocer la cara desconocida de la televisión. Sin máscaras, sin filtros, sin red.
Una televisión que volverá a su majestuosidad visual habitual en un tiempo y eso, pese a que el formato actual tenga cierto halo de ternura, significará que todo ha vuelto a la normalidad.